AL TACHO
Lo primero que vi fuera del país, en 1996, no fue seguridad, infraestructura, desarrollo y orden, ni fueron las personas amables, bien vestidas, saludables. Tampoco hablaban otro idioma. Lo primero que vi fue una ciudad limpia. No había ni siquiera papeles en las calles.
Una mañana tenía que botar la envoltura del paquete de galletas que acaba de desayunar y la guardé en el bolsillo del pantalón. Dos o tres cuadras más adelante encontré un tacho, metí la mano al bolsillo, saqué la envoltura vacía y estrujada y la boté al tacho. Mi ex compañero de estudios, quien me llevó a conocer donde entonces trabajaba riendo me dijo: "Aprendes rápido" y agregó: "Así son los peruanos acá, pero regresan y allá son los mismos que un día salieron".
Con los años aprendí que si una sola persona cambia la influencia en la ciudad es mínima, el progreso tan lento que ni se nota y nuestras ciudades siguen igual.
Entonces, el sentido no está ahí y el resultado no es una mejor ciudad sino una mejor persona, luego la familia y el trabajo, y tal vez algún día una mejor ciudad.
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