martes, 2 de septiembre de 2014

HOY SE FUE
Hoy día de hace 23 años, lunes como hoy, emprendió un viaje de esos que duran demasiado. Se fue sin despedir, sin decir palabra pues todas serían innecesarias entre nosotros.

No descubrimos que se iría sin retorno, no entendimos las señales que había dado.

Lo queríamos tanto porque se dio el trabajo de amarnos sin preocuparse por no ser amado como él nos amaba; ahora es fácil darnos cuenta de aquellas muestras de cariño intenso, de sus detalles que más bien eran gruesos argumentos, de sus sacrificios, de su entrega a la familia, a sus amigos y a la iglesia que desde niños fue nuestra casa bonita y la familia de nuestros padres.

Un mes antes tenía 23 años cuando asistimos a la reunión anual de los jóvenes de la iglesia en un pueblo lejano de Cajamarca. Ahí le tomaron sus últimas fotografías, con el cabello recortado, camisa manga corta, jean negro y zapatos sport.

Por aquellos días, en extenuantes amanecidas que soportaba como si nada, escuchó en la casa una serie de diez conferencias religiosas grabada en cassettes por el pastor adventista de moda. Con el cuento “Me las llevo para escucharlas” expropié a mi mamá esa joya que conservo intacta.

Siempre me pregunté por qué mi papá le decía “Rulito” si sus cabellos eran diferentes. Después supe que la formación de niños incluye vencer dificultades porque así sería todo en la vida; su nombre no era “Lulo” así que pronto tuvo que aprender el sonido fuerte de la “r”. Y creció fuerte.

Un día antes estuvo en el Play Land Park con sus amigos de la iglesia. Pasó el domingo jugando y como todo lo bonito de la vida el día pasó muy rápido.

Dormía un rato cuando salí a trabajar y parecía dormir profundamente cuando lo vi tendido sobre una camilla del hospital. Acaricié su rostro mientras decía su nombre y lo cubrí.

No nos despedimos porque nos veremos cuando Jesús regrese, y ya falta poco.
FUE LUNES, FUE AYER

El sábado fue genial, el domingo para el olvido y anoche a medida que fueron pasando los minutos la comida me fue gustando más. Estar ahí, sentado frente a ti, ya era suficiente a cambio de nada, de no verte ni saber ni de ti. Qué frío, pensé temprano y cuánto hambre tenía. Seguro tú también pasabas parecido pero recién terminarías a las 11 o 10 y veinte pero casi imposible fuera antes, así que tendrías que aguantar varias horas sin nada, o casi nada, en el estómago.

Entonces te mandé un SMS.

Esos fideos apenas me gustaron. Las verduras de luego, de la misma sopa, estuvieron mejor. Ahora pienso que si comía un pedacito de pollo lo hubiera sentido riquísimo pero no, no tenía ganas de comer pues ya había cenado, no tenía necesidad de más y tampoco tenía apetito. El arroz fue algo inesperado porque no como guarnición sola: papa sola, ensalada sola ni arroz solo. Ese arroz como que nos estuvo esperando, y ese juguito de zumo de limón y canela china estuvo espectacular. Lo pediste y sentí que ya se había convertido en una rica cena. El jazmín estuvo justo, a pesar de lo muy caliente y su sabor extraño en la lengua y el paladar, no exactamente agradable.

Eso no fue todo. Pensé bajarías como subiste, diciendo “Hola” y “Chau”. Pero no fue así. Te acercaste a mí para tocar con tus labios los míos e hice lo mismo.

Qué linda forma de terminar el día. Fue lunes, fue ayer.